Hasta entonces se había dedicado en exclusiva a
la ilustración al carboncillo, plasmando imágenes del todo alejadas de
lo común, pobladas de seres fantásticos. Los dibujos que realizó durante
esa etapa, como Orfeo sobre las aguas (Kröller-Müller Museum, Otterlo) o La araña (Museo del Louvre, París) se caracterizan por sus contrastes de luces y sombras. En la serie Los negros
(dibujos al carbón sobre papel teñido y litografías) exploró el juego
misterioso de las sombras y el ritmo de las líneas mentalmente
concebidas.
A partir de 1890 se inició en la pintura, caracterizada
en el aspecto técnico por el uso del óleo y el pastel y en lo temático
por visiones fantasiosas cercanas a sus trabajos como dibujante, o bien
bodegones protagonizados por imaginativos ramilletes de flores; se
aprecia desde ese momento una creciente matización tonal, la presencia
de arabescos y la incorporación del color liberado de sus tradicionales
funciones descriptivas. Tanto por el decorativismo de sus obras,
impregnadas de un cromatismo vivo y delicuescente de sublime belleza,
como por la evanescente irrealidad de sus composiciones, es considerado
como uno de los principales representantes del simbolismo y un precursor
del surrealismo.
El mérito de Redon es hacer visibles sus
obsesiones, tales como el vértigo de lo absoluto o la búsqueda de los
orígenes. Una de sus obras principales, El cíclope (1898,
Kröller-Müller Museum, Otterlo, Países Bajos), se caracteriza por su
originalidad y por atravesar el mundo de lo real para sumergirse en lo
quimérico y lo grotesco. Entre sus obras cabe destacar sus series de
litografías Homenaje a Goya (1885), La noche (1886) y La tentación de san Antonio (1888-1896), así como los cuadros Retrato de Mme. Odilon Redon, Retrato de Gauguin y El Sagrado Corazón. También es autor de la decoración mural del castillo de Domecy y de la abadía de Fontfroide.
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