El retrato es el espejo espectador , el modelo está ahí, se abre el obturador y las sombras y luces del sujeto se proyectan con cruda objetividad sobre la placa sensible, caja oscura, lentes de cristal, intensidades luminosas variables, productos químicos...pero cada uno mira lo que quiere ver, o cada uno se ve a sí mismo en los demás, o ve lo que le falta lo que le sobra lo que admira lo que odia, un retrato sólo es una ventena, hay dos opciones asomarse o esconderse.
Los fotógrafos antiguos no omitían los signos que delataban la profesión, el estatus y el tipo de autoestima que se le suponía al cliente. Casi todos tendían a parecer más ricos y distinguidos de lo que eran en realidad. Con el tiempo vino la búsqueda de una mayor naturalidad, hubo fotografos que no aspiraron a a ofrecer una imagen verdadera de una persona, sino la congelación de la apariencia fugaz. De todas formas todos los retratados están congelados y atrapados e alguna manera. El retrato antiguo era un monopolio de quienes detentaban el poder. Los museos de arte están plagados de faraones, caudillos, sumo sacerdotes, reyes, magnates de las finanzas, políticos, literatos... individuos que han ejercido su derecho a nuestra mirada póstuma mediante unas poses poco convencionales adecuadas para la inmortalidad, código limitado de actitudes, gestos corporales y puntos de vista. ¿Qué ocurre pues con los mendigos, seres marginales que Andrés Serrano ha fotagrafiado colocándolos en las mismas poses ennoblecedoras de la retratística tradicional? Esos seres aparecen ante nosotros como personajes épicos, cargados de una fuerte intensidad física y moral. Se diría que encarnan todas las virtudes que conducían en otra época a merecer el alto honor del retrato para la posteridad. Y, sin embargo sabemos que son vagabundos, drogadictos, delincuentes tal vez, la escoria del sistema social. La cámara no miente. Tales modelos, vistos de este modo, no son seres despreciables sinos santos, víctimas heróicas de nuestro tiempo. Una farsa sincera, un picor sin rascar, un dolor de huevos.
¿Puede un retrato mostrar las cualidades morales de alguien? ¿Pueden otros ojos confluir en la misma percepción? Retratos psicológicos, retratos de una época, retratos de familia, retratos robados, al fin y al cabo personas, o animales, u obejetos personalizados, o paisajes con rastro humano, dentro de un retrato cabe todo y nada, pero con una intención, la que pone el fotógrafo y con una lectura, la que ponen tus ojos, con una impresión, la impronta, o con el olvido, lo común
No hay comentarios:
Publicar un comentario