UN MUNDO FELIZ, la cuarta novela compuesta por el autor, se encuadra en la tradición de las narraciones utopistas; sin embargo, y de alli la paradoja del título, Huxley plasma una realidad en la cual la felicidad se deriva de una parafernalia científica concebida para ahuyentar las tribulaciones de una masa ciudadana organizada según un sistema de castas regulado genéticamente.
En efecto, el texto de Huxley, constituye una acerba crítica contra el cientificismo considerado como la panacea del pleno desarrollo. En lugar de esto el libro vislumbra el oscuro advenimiento de una utopía malsana que cancela el universo emocional de los individuos en aras de una arcádica estabilidad que conserve el bienestar alcanzado por la comunidad.
La contraparte de esta sociedad atrapada en la burbuja de la lujuria y el consumismo, representado por personajes tan neuróticos como Bernard Marx y Lenina Crowne, es la Reserva para Salvajes de Malpaís. De ese apartado lugar proviene John, el Salvaje, un individuo semiculto moldeado según los cánones de las culturas más primitivas. Buena parte de la novela registra las patéticas reacciones que a John le inspira la pervertida idiosincracia de una civilización adicta a la disipación extrema.
Hacia el final, John, incapaz de soportar la distorsión de los valores que lo habían formado, se autoelimina ante la cándida mirada de los pueriles ciudadanos de aquel mundo.
Las claves de lectura de esta fábula premonitoria nos remite a desconfiar de los logros de la revolución científico-técnica como base de un progreso ilimitado para la especie humana.
hay que desconfiar de los llamados avances del ser humano, y huxley nos lo pone en esta gran novela, avanzamos cientificamente, pero moralmente nos parecemos cada día más a los primates. Siento envidia de los animales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario