Ray
Smith nace en una ciudad fronteriza entre USA y México, y la especial
iconografía de esas tierras asoma a su obra, matizada por una idea de
orden, de contención, deudora de su interés por la pintura. Sus cuadros
están poblados de atractivas figuras femeninas, exóticos animales y
referencias a un paisaje amplio y actividades lúdicas. Su discurso,
marcado por una férrea coherencia, hace de la gran escala su espacio de
trabajo. Una escala relacionada con su Texas natal y con su interés por
la obra de los muralistas mexicanos, como su manera de apoyarse en el
dibujo.
El ánimo de su pintura, sin embargo, parece más próximo al espíritu dadá versión Picabia, como queda claro en el La Gran Vache II
(1991), el excelente cuadro que abre la exposición. Sobre un fondo de
simetrías, con algo de evocación paisajística, topográfica, une
alusiones autobiográficas (el fondo reproduce el fragmento de una piel
de novillo que, como los sapos, proceden de su iconografía infantil) y
citas pictóricas (la picabiana pareja bailando, las máscaras de los
carnavales de Ensor), con atractivos hallazgos, caso del sapo mapamundi.
No hay detalle azaroso ni excedido en esta obra, verdadera arte
pictórica y poética de Smith.
No hay comentarios:
Publicar un comentario