entrevista de joan fontcuberta concedida al país en 2007.
Bonita cámara.
Me la he comprado en Canadá. Aquí se puede ver la instalación de los
googlegramas. Cómo va apareciendo, por ejemplo, la imagen de la reina de
Gran Bretaña (y Canadá). Mire.
Los tiempos que corren deben de ser muy estimulantes para un artista
de lo visual. El ahorcamiento de Sadam?La realidad cotidiana, todas esas
imágenes de la llamada guerra contra el terror, han adquirido tintes
teatrales, de puesta en escena. Tengo un proyecto en cartera,
precisamente sobre Osama Bin Laden; un trabajo irónico, de parodia de
situación, en el que me disfrazo de terrorista islámico, con barba,
indumentaria árabe, Kaláshnikov. Juego con la idea de que todos estos
terroristas fueran en realidad actores contratados por servicios de
inteligencia para representar a los villanos. Ésa es una idea que le ha
pasado por la cabeza a mucha gente. Sencillamente parece imposible que
ese mundo de la cueva en algún lugar de Afganistán, esos vídeos caseros,
de estética tan doméstica, sea todo algo real. Resulta increíble que a
unos tipos que tuvieron la capacidad tecnológica suficiente para montar y
realizar el 11-S, la sofisticación y el dinero no les alcance para
grabar unos vídeos como Dios manda.
Es verdad que esos vídeos son patéticos desde el punto de vista creativo. No resulta difícil recrearlos.
Le será fácil dar el pego caracterizado de Bin Laden.
Pienso filmar en las cercanías de Barcelona, en La Roca; tengo
localizados unos descampados que parecen Tora Bora? Voy a manipular
vídeos y fotos procedentes de la cadena Al Yazira. Me introduciré en
ellos en plan Forrest Gump, mi cara con el cuerpo de Bin Laden, y
mientras se escucha su voz y aparecen los subtítulos en árabe estaré
recitando en realidad La canción del pirata, de Espronceda.
Inútil recalcar que su trabajo tiene genéricamente una parte muy teatral.
Mi trabajo es muy poliédrico, con un eje común: la crítica a la
verosimilitud de la fotografía. Algunas obras son más de investigación
de la imagen, de cómo la imagen representa la realidad. Otras son más
narrativas, sobre las funciones sociales de la fotografía; el uso de la
imagen en la prensa, en la política, en el arte, en los museos. Lo
importante para mí no es tanto la foto como su contraste, su diálogo con
otros elementos. En ese contexto hago intervenciones paródicas,
acciones de intoxicación informativa que sirven para llamar la atención
sobre los peligros de la credulidad. Algunas de esas obras quedan como
caballos de Troya o bombas de relojería sin estallar, esperando su
ocasión.
Supongo que se refiere al programa del pasado junio de Iker
Jiménez en el que se presentó como un caso auténtico su conocido trabajo
‘Sputnik’ [1997], acerca del supuesto astronauta soviético del ‘Soyuz
2’ desaparecido Ivan Istochnikov. No se dieron cuenta de que se trataba
de un montaje ?sensacional montaje, por cierto? y que el cosmonauta de
las fotos era usted mismo [Ivan Istochnikov, para más inri, es la
traducción aproximada al ruso del nombre Joan Fontcuberta].
Fue orgásmico. Que un medio se tragara el anzuelo hasta el fondo?
Bueno, el programa ‘Cuarto milenio’ no es famoso precisamente por su incredulidad.
La verdad es que mi historia les iba como anillo al dedo. No hay nada
tan fácil como engañar a quien quiere creer. Cuando tienes la
credibilidad tan abierta, te la cuelan. Mira que era fácil comprobar los
datos sobre el montaje en Google. Prisas o ingenuidad?
La historia del cosmonauta fantasma ha hecho correr ríos de tinta.
Ahora la gente cree que todo es un montaje mío, incluido lo del
programa. La verdad es que es un caso excepcional por su difusión, pero
mi trabajo, al menos una parte, se basa en eso. Y hay otros ejemplos de
impacto mediático, como lo de La sirena del Tormes.
La exposición ‘Sirenas’ [2000], que presentó en junio pasado en la
Casa de las Conchas, en el II Festival Internacional de las Artes de
Salamanca. Se inventaba el descubrimiento de fósiles de una especie
desconocida de homínidos acuáticos, ‘Hydropithecus’, parecidos a las
sirenas de los cuentos. Y lo documentaba con fotos ?de un supuesto
reportaje encargado por ‘Scientific American’? y los testimonios del
geólogo y sacerdote ¡Jean Fontana!
De los ocho periódicos locales, todos menos uno se lo creyeron.
Alguno llegó a asegurar que el descubrimiento era más importante que
Atapuerca. Luego escribieron cosas sobre la legitimidad de mi trabajo,
pero no se cuestionaron su propia actuación.
Suerte que no se le ocurrió desatar el pánico con una invasión marciana. ¿Cómo se orquestan montajes así?
Hay estrategias para vencer las reticencias del público, para
suspender su incredulidad. Hace un tiempo, cuando era profesor visitante
en Harvard, montamos una conferencia de un ministro de asuntos
exteriores de un país inventado por nosotros, y llenamos el auditorio,
¡en Harvard!
Me está recordando usted a Borat.
Ahora lo que ocurre es que paso en la comunidad artística como un
falsificador, y todo proyecto mío levanta suspicacias. Así que estoy
empleando estrategias contrarias. Es lo que hice en 2003 con la
instalación La isla de los vascos, centrada en el enclave quebequés, en
el estuario del río San Lorenzo, al que acudían los balleneros vascos en
el siglo XVI. La historia era absolutamente cierta, pero todo el mundo
se lo tomó como una falsificación. Existe incluso el Museo de la
Aventura Vasca en América, en la ciudad de Trois-Pistoles, aunque sea
difícil creerlo. Al presentar la exposición en Vitoria, en un momento de
relaciones tensas entre Aznar e Ibarretxe, pareció que el montaje era
una excusa inventada para hablar de conflictos identitarios.
Camina siempre en el filo de la realidad.
Mi trabajo tiene mucho que ver con el ilusionismo. La principal
técnica del ilusionista es desviar la atención. Cuando miras a un lado,
te la cuela por el otro. Empleo un lenguaje premeditadamente dramatizado
y exagerado, y códigos del género fantástico.
Temas como lo de las sirenas, el bestiario híbrido y aberrante de
‘Fauna secreta’ [el archivo del supuesto naturalista y teratólogo alemán
Peter Ameisenhaufen y su ayudante, Hans von Kubert (¿lo pillan?)], con
fotos fantasmagóricas de bichos inventados como la ‘ictiocapra
aerofagia’, sugieren un Barnum, el viejo rey del circo y de la feria de
‘freaks’.
Las ciencias naturales siguen siendo, como en época de Barnum, un
terreno abonado para inventar historias. La gente tiende a creer que
todo es factible en ese campo, porque es un hecho que de la naturaleza
sólo conocemos una parte. ¿Por qué no creer que un tsunami ha hecho
surgir de las fosas abisales especies desconocidas? En algunos mapas de
Filipinas he encontrado aún sobre ciertas islas la estimulante anotación
“terra incognita”. Por su parte, la criptozoología nos confronta a lo
que puede depararnos aún la naturaleza. Muchos visitantes de la muestra
Fauna secreta en el Museo de Zoología de Barcelona creyeron que los
animales descritos eran reales.
La criptozoología nos enlaza con la monstruosidad, algo que le fascina.
Me interesa mucho, sí. Es la excepcionalidad, la diferencia, la
genialidad. Monstruo no es un insulto. Es el hecho de que sea una
otredad lo que provoca miedo o repulsión en el monstruo. Esas
contradicciones culturales me fascinan, abren unos territorios muy
incitantes; el terreno ambivalente de la credibilidad.
La arqueología también le debe de interesar en ese sentido.
Sí, es otra rama del saber que abre puertas a mi trabajo. Todas
aquellas áreas en las que el público tiene un conocimiento pobre. Los
puedes desarmar con datos que se les escapan. Mi estrategia es apabullar
al espectador con cosas que no domina. Eso le hace más humilde y
receptivo. No es para burlarme ni para engañar por engañar, sino para
hacerle darse cuenta de lo que hay. Ofrezco mentiras desactivadas para
que el público se prevenga de las verdaderas, de las grandes mentiras.
Es como inocular vacunas, para crear anticuerpos. ¿Es una broma mi
trabajo? En todo caso, una broma para impedir que nos cuelen bromas como
la existencia de armas de destrucción masiva en Irak. Creo que, sin
querer en absoluto ser paternalista, hay una componente pedagógica en mi
trabajo.
Volviendo a esa faceta actoral?
Esa dimensión teatral es cada vez más importante en mis obras. Lo de
interpretar yo ha surgido de una manera natural: en estas historias
narrativas hacen falta personajes, y yo soy lo que tengo más a mano para
encarnarlos. Eso ha llegado ya a convertirse en una marca de la casa.
Tengo heterónimos, álter egos, ya sean paleontólogos franceses,
naturalistas, cosmonautas, terroristas o el pope Munkki Juhani de
Karelia, milagros & Co. Me lo paso muy bien, es como jugar.
Tiene un aspecto de sueño de la infancia cumplido. ¿Quién no ha
querido ser Gagarin, lucir el casco con las siglas CCCP y enfundarse
aquel traje que parecía de plata?
Exactamente, es muy lúdico. Pero siempre ese aspecto actoral está
subordinado en mis obras a una metodología muy precisa de trabajo.
¿Qué va a mostrar en Arco?
Una panorámica. Es un stand poligonal, y en cada lado mostraré un
trabajo de una serie distinta. Y una pantalla, un diaporama. Será un
paseo por 30 años de carrera.
Háblenos de su trayectoria. ¿De dónde surgen sus intereses, sus obsesiones?
Ya de niño me interesaba la imagen, el cómic. Iba al mercado de Sant
Antoni ?donde se compran y venden libros, tebeos y revistas usados? a
buscar material que luego recortaba y pegaba. Soy de familia de
publicitarios, ¿sabe?, y eso también ha influido. Mi padre y mi tío
crearon Danis, una agencia pionera que fue escuela de publicitarios. El
contacto con su trabajo me enseñó mucho sobre la imagen. En vacaciones
iba por allí; veía fotos, modelos. También me dio una mirada
privilegiada sobre la televisión desde su nacimiento. Me parecía algo
mágico. En la escuela tuve un profesor que hacía fotos y tenía un
laboratorio en el que revelábamos. Recuerdo la primera vez que vi
aparecer una imagen en una cubeta, me pareció una epifanía, algo
milagroso. Y decidí que yo quería hacer milagros como ése. Estudié
ciencias de la información, periodismo y publicidad ?como fotógrafo soy
completamente autodidacta?. Y trabajé en prensa y en la agencia
familiar. En la publicidad aprendí de primera mano las técnicas de
seducción y manipulación de la imagen. Uso ese conocimiento para
deconstruir, para desvelar. Ese contacto con la publicidad me
familiarizó precozmente con el simulacro, la doble verdad, la
simulación, la superchería. Hay que pensar, además, que viví de pleno
los años setenta y las postrimerías del franquismo, una época de falta
de información y de censura aún. Todo eso, mi contexto vital, pero
también el contexto político de mi época, instauró en mí la vocación de
dudar, de la incertidumbre. El interés por ir más allá de las
apariencias, la ironía, la reticencia en creer, la duda?
Su ‘leit motiv’.
Mi trabajo es siempre una crítica de la información, de los
mecanismos autoritarios en ella: por qué creemos más en la palabra
escrita que en la dicha, por qué los museos otorgan impresión de certeza
a los materiales que exponen y otros lugares no, por qué hay
plataformas que tienen más verosimilitud que otras. Mi quehacer instaura
un escepticismo activo. Pretendo colaborar a que la gente sea
precavida; a que haga funcionar su sentido común, en definitiva.
Ha dedicado mucho tiempo y esfuerzo a la reflexión sobre la
fotografía. Es autor de ensayos como ‘El beso de Judas, fotografía y
verdad’ [Gustavo Gili, 1997].
Necesitaba clarificar ideas. Y escribir sobre arte es una forma de
hacer arte. No veo el texto como algo separado de la imagen. Entiendo
que el comisariado de exposiciones, al que también me he dedicado mucho,
puede ser asimismo un acto creativo de primer orden. Mi compromiso no
es con una técnica. Hay que entender la fotografía como un conjunto de
valores: las ideas de memoria, veracidad, descripción, fragmentación.
Elementos todos que configuran la modernidad. Me interesa más trabajar
en esos conceptos que en las puras técnicas. Quizá, incluso, en el
futuro me dedique más a otros medios.
Su bagaje es muy variado: filosofía, pero también ciencia-ficción.
Nietzsche y los filósofos de la sospecha, Benjamin y Barthes; y
Pessoa, por supuesto; y Borges. Y en ciencia-ficción, Lem, Philip K.
Dick, Ballard.
Lem, Dick, Ballard? Los tres contraponen realidad y ficción, y señalan la permeabilidad de las fronteras entre ellas.
Hemos de superar la idea de que realidad y ficción son categorías que
están en las antípodas una de otra. Son maleables y tienden a fundirse.
En toda realidad hay ficción, y al revés. Mire el caso de Diane Arbus o
de Cristina García Rodero, que empezó con el fotomontaje y pasó a la
búsqueda del surrealismo en las tradiciones españolas.
Ha hablado de Diane Arbus. ¿Hay alguna sintonía?
Hay en ella una búsqueda de lo monstruoso y suburbano. Hay obsesiones parecidas, pero cambia la metodología de trabajo.
Y en Arbus no hay un ápice de ironía?
No, es cruel, severa, cosificadora. Hay una rigidez en su mirada. Deshumaniza al modelo. Muy interesante, pero terrible.
Usted no toca mucho el tema del sexo en su trabajo, ¿verdad?
Es raro, porque si le interesan los conceptos, el mundo de la imagen
erótica y pornográfica está lleno de fascinantes formulaciones teóricas.
Mire a Román Gubern?
Precisamente hace poco di un curso en Andalucía e invité a Gubern a
hablar de la ficción pornográfica. He tratado el erotismo, pero no como
elemento central. Tengo aparcado un proyecto sobre una falsa estrella
del star system, una parodia sobre las revistas del corazón. Y en la
serie Palimpsestos he trabajado la representación del cuerpo. He buscado
fuentes iconográficas que aluden al cuerpo; documentación médica, de la
moda, del arte, de la pornografía. En una ocasión recubrí una doble
página central de una revista porno con emulsión fotográfica y la
impresioné con una situación real de sexo. De nuevo el diálogo de la
realidad y la ficción? La sexualidad no es algo que deje de lado. Tarde o
temprano trabajaré a fondo con ella. Lo político es otro tema
pendiente. He pensado inventarme un personaje, un político, y todo su
partido, y su programa electoral.
En esa trayectoria se acerca usted a Albert Vidal, el actor
que en sus variopintos avatares ha sido estrella porno, gurú, semidiós,
demonio y vendedor de helados.
Admiro mucho a Vidal y me siento próximo, como también de Perejaume,
con sus negociaciones semióticas entre fotografía y pintura.
¿Cómo ve la preponderancia de lo digital?
Todo cambio tecnológico conlleva pérdidas y ganancias. Estamos
renunciando a algunas cosas: la credibilidad, el azar? Nos venden el
absoluto control, pero el descontrol a veces favorece el arte; lo
inesperado es bueno. La foto digital, sin embargo, previene a la gente
sobre lo fácil que es la manipulación, y eso es un efecto positivo. Los
niños aprenden muy pronto lo sencillo que es distorsionar la realidad,
alterarla. Serán un público de la fotografía mucho más adulto, crítico,
formado. Con lo digital, la fotografía pierde credibilidad, pero la gana
el fotógrafo. No creemos tanto al medio como al profesional que nos
inspira respeto y confianza.
Se pierde la magia del cuarto oscuro.
Así es. Ves el resultado inmediatamente, pero ¿qué pasa con la espera
poética, la glorificación del deseo, el lapso entre el disparo y la
aparición de algo que nos satisface o no? Se aniquila toda esa poética
de corte barthiano. Sí, desaparece el cuarto oscuro de los sueños y de
los monstruos. La fotografía convencional, analógica, fotoquímica, se
inscribe; mientras que la digital, se escribe. La foto digital es más
discursiva; la analógica, más testimonial. La foto digital es un medio
híbrido, una tierra de nadie.
¿Cambia nuestra relación con el mundo?
Sí, estos puentes que median entre nuestra conciencia y el mundo
exterior cambian nuestros modelos de conocimiento. Pasamos a una
familiaridad con lo virtual. Cada vez costará más discernir la frontera
entre la realidad y la ficción. Esa zona de nadie, donde lo real y lo
virtual se funden, se está extendiendo. Como si viviéramos en el sueño
de alguien.
Joan Fontcuberta no lo dice, pero en ese extraño territorio que se
expande, él se seguirá moviendo como pez en el agua. Por un momento
parece que regresemos a aquel espectral escenario de hace diez años, en
los tinglados del puerto de Tarragona, donde el fotógrafo había
suspendido del techo un modelo de ballena a tamaño natural y alfombrado
el suelo con huesos de cetáceos, lo que brindaba la sensación de caminar
entre trozos astillados de Luna. La realidad, un concepto evanescente.
La mirada fija del cosmonauta que se aleja flotando en el espacio. El
artista ha dejado de hablar y parece disolverse en el bullicio de la
cervecería. Otros rostros alrededor cobran presencia, las voces resuenan
más alto. Fontcuberta se despide, pero cuando uno cobra realmente
conciencia de ello, ya se ha ido.
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