Aunque en la hoja de especificaciones parece que no queda mucho de aquellos 3 megapíxeles ni su pantalla de 1,8 pulgadas, salta a la vista que las raíces y la filosofía de la cámara original siguen muy presentes en la reciente G12.
En solitario, la G1 bien podría parecer una especie de dinosaurio rescatado de los libros de la historia tecnológica. Sin embargo, colocada junto a la G12 queda claro que hay cosas que no han cambiado tanto, como el gusto por las cámaras voluminosas y sin concesiones a la miniaturización.
ese a ello, el peso sí se ha aligerado y las líneas se han suavizado notablemente. También la ergonomía ha mejorado mucho, con un agarre menos cuadriculado y un surtido de mandos y accesos que poco tienen que ver con las limitadas opciones que ofrecía diez años antes la G1.
Limitadas, claro está, desde nuestra actual perspectiva, porque no hay que olvidar que en aquel momento la oferta de modelos SLR digitales era muy escueta -casi tanto como cara- y el escaparate de compactas estaba lleno de peculiares engendros que poco o nada tienen que ver con las actuales cámaras.
La pantalla (1,8 frente a 3 pulgadas) es posiblemente uno de los detalles que más llaman la atención. No sólo por tamaño, sino por el grosor del pequeño monitor de la G1. Su visibilidad también deja mucho que desear, pero hay que reconocer su papel de visionaria al apostar ya entonces por una pantalla articulada.
El LCD de la parte superior -al más puro estilo de las SLR de gama media- ha sido uno de esos detalles perdidos por el camino y que seguro que algún usuario seguiría agradeciendo hoy en día. Y lo mismo hemos pensado con el seguro para la tapa de la batería o la ranura para la tarjeta de memoria (entonces una CompactFlash, ahora una más pequeña SD Card) en el lateral de la cámara.
La zapata para flashes externos o el dial de modos estaban allí desde el minuto cero, integrados en la parte inferior del interruptor general de la cámara, en el lugar donde ahora la G12 alberga su ya característica rueda de sensibilidades.
El visor directo, por cierto, es otro de esos detalles que parece anclado en el tiempo. De hecho, tras poner el ojo en uno y en el otro está claro que la evolución en este campo ha sido nula después de diez años
Sorprende gratamente, por ejemplo, que por aquel entonces ya tuviera todas y cada una de las funciones elementales que se le presuponen a una cámara compacta avanzada.
Y lo mismo ocurre con la velocidad de disparo. Aunque la puesta en marcha es lenta y la ráfaga no es para tirar cohetes (tampoco lo es la de la G12), el retardo en la obturación desde que pulsamos el disparador (uno de los grandes inconvenientes de aquellas primeras cámaras digitales) es mínimo.
Aunque los más críticos con la sobredosis de megapíxeles ya estarán haciendo cálculos para ver el enorme tamaño de cada uno de los fotodiodos de este sensor e imaginar sus magníficos resultados, no cantemos victoria.
Tal y como era de esperar -lo contrario hubiera sido realmente preocupante-, la G1 no puede competir con la actual G12 en ningún terreno: balance de blancos, aberraciones, nivel de detalle ni, por supuesto, en lo que respecta al control del ruido.
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