martes, 6 de diciembre de 2011

fotografía reciente

Cumplidos los fastos conmemorativos del siglo y medio de existencia de la fotografía, resuelta, al parecer, la cuestión de la historicidad de la fotografía por los procedimientos habituales, el historiador deja paso al crítico para que, división de trabajo obliga, resuelva al instante aquello de lo que más tarde, desde la buena distancia, él se ocupará: la fotografía del momento. Si para el historiador la fotografía del momento es la fotografía del pasado, para el crítico la cuestión consiste en rescatar del flujo incesante de la historia lo que legítimamente reclama el título de lo nuevo, y precisar su sentido inmanente. Pero, ¿es posible separar de algún modo crítica e historia? Fotografía del pasado y fotografía del momento, si es que estas expresiones poseen algún sentido, son conceptos recíprocamente determinados por la historia. Si el campo de ejercicio de la crítica se inaugura con la ruptura del arte moderno con la tradición (su "naturaleza"), y si, en efecto, lo nuevo no puede juzgarse con la medida de lo viejo, no es menos cierto también que "el proceso que conduce a la obra de arte hasta su concepto inmanente y sin atender a ideas universales no se desvela teóricamente hasta que en la historia del arte empieza a vacilar su propio sentido y con el concepto tradicional." De aquí, y como se verá, el problema de la crítica de la fotografía, el problema de la actualidad de la fotografía, se convierte en el problema de la historia de la fotografía. Y este problema no es otro que el del esclarecimiento de la ruptura histórica que la fotografía establece en su origen. Así, la pregunta por la actualidad de la fotografía se convierte en la pregunta por su envejecimiento.
Lo habitual, las excepciones son muy escasas, es presentar la historia de la fotografía como una sucesión progresiva de conquistas, cuyo último objetivo consistiría en la negación de su origen, de su pecado original: el haber nacido joven. Arte joven, con los años alcanzaría su edad dorada. Ya se sabe... la juventud es una enfermedad que se cura con los años. Así, paradójicamente, el envejecimiento de la fotografía se convierte en la condición de posibilidad de la fotografía actual. Pero hay algo de cierto en todo esto: el reconocimiento de que la fotografía está en el origen afectada de una negatividad constitutiva: la irremediable debilidad de lo que nace con signo de una radical modernidad. Digámoslo rápidamente: la modernidad de la fotografía, radical en su origen, consiste en la idea, en palabras de Daguerre, de un arte sin artista. Una intuición reveladora, no suficientemente esclarecida todavía, de que "la impotencia en que ha sumido al sujeto la tecnología desatada por el mismo ha sido recibida en la conciencia, se ha convertido en programa". En pocas palabras, el programa de la modernidad, y en este sentido, en este preciso sentido todo el arte verdaderamente moderno, como quería Walter Benjamin, debe ser entendido como fotografía.
Nada escapa a lo moderno: cuando aparece lo auténticamente nuevo, todo cuanto se desvía del camino abierto por esa novedad se presenta como agotado, falto de nervio. Después de la fotografía, la pintura no pudo permanecer en los cauces de lo tradicional, a riesgo de parecer agotada, falta de nervio. La fotografía liquida la tradición de la pintura, prende fuego a sus naves. Que la pintura no pudo resistir a la fotografía es un hecho tan indudable que, extraviados los fotógrafos por el interés de formar una tradición renunciando a su novedad para ganar el concepto de arte que ella misma liquidaba, podría incluso afirmarse que la mejor fotografía, al menos en el diecinueve, la hicieron los pintores. Pero debemos preguntarnos, ¿puede hoy la fotografía resistir a la pintura? ¿puede la pintura resistir a la fotografía de hoy?
La fotografía, cuando fue autentica, lo fue porque supo encarnar la distancia entre el arte y la sociedad, su tarea, la que la mantiene en los límites de la debilidad de su infancia, es aquella que grita por sus poros que el arte es promesse de bonheur, pero promesa quebrada. En tanto en cuanto la miseria de lo social de la que el arte extrae su sentido, se mantenga, la fotografía parece estar obligada a mantenerse específicamente separada del arte. De esta manera, la especificidad de lo fotográfico, cuestión que se intenta soslayar en muchas de las prácticas actuales, cobra pleno sentido, el sentido crítico de una historicidad precisa, muy lejos de cualquier implicación ontológica a la que la más "actual" teoría quiere reducirla con la moderna mitología del index.
Sólo en esta perspectiva cobra sentido también su tan proclamado y, al parecer, insufrible realismo. La fotografía es "realista" porque es nueva. Porque lo nuevo no es una categoría subjetiva: se impone por la cosa misma. Lo nuevo se presenta con la necesariedad de lo que está-ahí, con una legalidad inmanente y se impone como verdadero: como naturaleza. Accidente en la historia, el realismo fotográfico, retrasado y prematuro a la vez, anticipación retardada de lo históricamente necesario, se ve afectado así del signo de lo patológico (aberrantemente prodigioso e imbécilmente familiar). Sus excursiones a la naturaleza es la forma de su resistencia a lo que se impone como naturaleza. Por eso todo lo natural se presenta en ella como extraño. El propósito de la fotografía es reconstruir el mundo por lo nuevo. Es melancólica por lo que nunca fue, por las promesas del pasado que nunca fueron cumplidas. Sólo así se podría construir lo antiguo como antiguo, lo pasado como lo pasado: redimiéndolo, no recuperándolo. Deshaciendo el nudo que ata el pasado al presente.
Que la resistencia de la fotografía a integrase al todo del arte, para parafrasear a Croce, pueda ser entendida como disolución del arte, ese es su riesgo. Nacida en los albores de la "época después del arte" hegeliana para ser ancilla artis, la novedad de la fotografía fue capaz tanto de forzar al arte, su debilitado amo, a la verdad de lo moderno, más allá de la consciencia de la época que la vio nacer, como de impulsar su reducción a la mercancía, la "desartización" del arte (Entkunstung der Kunst). Por eso, si se hace como el arte, el arte le pasa la factura de su cuenta pendiente en el mercado: la reproductiblidad de la fotografía que asesta un golpe definitivo a la perdurabilidad de la obra de arte. Por eso la fotografía no puede cesar de ser radicalmente nueva, si fracasa obtiene el bajo precio de haber redoblado el fetichismo propio del arte con el fetichismo de la mercancía. ¿Reconoce hoy el fotógrafo sus antiguas fuerzas?


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