Barry Lyndon, es la historia de un ambicioso irlandés sin porvenir ni esperanzas que se propone alcanzar una elevada posición social, convirtiéndose en parte de la nobleza inglesa del siglo XVIII. Para Barry Lyndon la respuesta sobre cómo alcanzar el poder que ambiciona es sencilla: de cualquier forma posible.
Stanley Kubrick crea un mundo cinematográfico (Europa siglo XVIII, pongamos) y para que el espectador no lo tome como simple decorado, fijándose sólo en el protagonista, le cortocircuita el tradicional mecanismo de identificación con el héroe.
La primera medida es enfriar el texto narrador, pasando a tercera persona la voz que en la novela de Thackeray está en primera.
La segunda es resaltar el carácter endeble de ese protagonista, enfriar su atractivo al mostrarlo desde un principio frágil, vacilante, desprovisto de coraje u otra virtud claramente positiva.
Kubrick no quiere que lo interesante sea el arribista de espíritu limitado sino el universo que cruzará en su indecorosa ascensión y lastimosa caída: los países europeos, sus correspondientes sociedades, sus cortes y guerras, sus códigos y tabúes, sus palacios, posadas, vestimentas y carruajes, todo lo que como una amplia totalidad el cineasta recrea con delicadeza y refinamiento de insólita profundidad.
Como en los interiores iluminados sólo por velas (luz capturada por la Zeiss 50mm F/0’7 de Alcott), por ejemplo, Kubrick está ganando nuevos territorios para el cine, y ahí es donde quiere mantener la atención emocionada del espectador, no sólo en la trayectoria lineal de Barry: en la unidad cinematográfica con que se integran música, fotografía y narración, tan completamente como en pocas obras, o acaso ninguna.
Parece difícil perfeccionar la forma en que toma Kubrick la pintura de Reynolds, Gainsborough, Constable o Watteau, y le insufla vida, dotando de espacio y movimiento a las personas, arquitectura, mobiliario y ropajes de ese cosmos…
Por eso la elección de O’Neil es acertada (vale para no-héroe), y la de Marisa Berenson también, como condesa mancillada por el advenedizo: nunca estuvo la actriz tan bella como cuando languidece en la bañera.
¿Frío Kubrick? Cierto funeral estremecedor, golpeado por la zarabanda de Händel, lo desmiente. Y las campas verdes bañadas por la melancolía de las tonadas irlandesas; o el duelo de insoportable tensión; o cualquiera de las irrupciones de Mozart, Schubert o Vivaldi, que intensifican la emoción preexistente…
La película es una bellísima esfera, de muy coherente estilo, y la vida de Barry Lyndon es sólo una de las infinitas líneas que contiene.
Kubrick, pero ¿qué has hecho? ¿Qué es ésto? ¿Es cine, es pintura, es literatura, es música clásica? Bueno, sólo se puede definir de dos formas: 'Barry Lyndon', y arte puro.
Jamás había visto una película así. Me da igual que la protagonice Ryan O'Neal, que admito que no es un gran actor (aunque creo que aquí aporta una perfecta sensación de fragilidad a Redmond), creo que estamos ante una de las grandes películas de la historia del cine, bastante mejor que 'Alguien voló sobre el nido del cuco', que la derrotó en los Oscar.
La fotografía es perfecta, de verdad. Con las lentes que la NASA proporcionó a Kubrick éste logró unas imágenes de una nitidez y naturalidad de luz aún no igualadas. De la banda sonora, bueno, qué podemos decir con los clásicos que la forman, sólo que están conjugadas con la imagen a la perfección. De nuevo lo has logrado, Kubrick; aunque, mejor pensado, ¿cuándo no lo has logrado?
Desde luego no es una película para cualquiera, debido a su duración (unos 180 minutos) y a su historia de corte clásico, pero si te gusta el buen cine no te la puedes perder. Quizás acabes llorando con cualquier escena, no de pena, sino de emoción, de felicidad por la obra que estás contemplando.
Virtudes las tiene y a patadas. Un maquillaje excelente, una preciosista banda sonora, un vestuario impecable y la fotografía más vanguardista del momento. Y también una historia densa que nos muestra al Barry caballero, soldado británico, soldado prusiano, espía, jugador tramposo y más tarde medio aristócrata. Un largo recorrido de tres horas que no se hacen pesadas. Lo que ocurre es que a mí lo que me llena de una película no es su montaje, ni su fotografía, o incluso su argumento. Es la forma de plasmar el guión en imágenes mi parámetro principal para determinar si una película me llega o no. La dirección. Y creo que Kubrick se equivocó tanto con el actor como con el ritmo y la duración del evento. Es interesante pero ligeramente aburrida, como si a pesar de todo lo que te están contando no terminase de arrancar.
Pocos directores pueden presumir de tener una filmografía tan aplaudida por cinéfilos como Stanley Kubrick. Este genio, vanguardista en demasiadas cosas, me ha regalado muchas horas de felicidad. Maniático y perfeccionista, es una combinación que bien puede definirle y que seguro otorgaba más de un dolor de cabeza a todo aquel con quien colaboraba. Pero gracias a esta minuciosidad con que trabajaba, hemos podido admirar películas como “Barry Lyndon”.
En esta ocasión, y alejándose de un cine cargado de simbolismos del que también hacía gala, nos muestra un apasionante y trágico análisis de una época histórica. La extensa duración del metraje que puede ser un importante hándicap, la controla de una manera excelente realizando un montaje en el que nada nos es prescindible.
“Barry Lyndon” es un cuadro. Posee una fotografía impresionante y muchas escenas, como el duelo final, que están rodadas con un cuidado técnico primoroso rozando
(o logrando) la perfección. Si a esto acompañamos una banda sonora que encaja como un guante y consigue tocar las fibras sensibles del espectador, el cuadro adquiere una belleza deslumbrante.
Pero “Barry Lyndon” posee algunos fallos, algunos serán atribuibles a la novela de William Thackeray: la voz en off llega a agotar, aunque no sería una reseña a resaltar si no cometiera el terrible error de adelantarse a los acontecimientos revelándonos importantes hechos a los que nuestros personajes se verán encaminados. Esto me provoca una especie de cabreo ya que me elimina la incertidumbre y la tensión de la historia.
El otro fallo, ya no atribuible a la novela, sería el excesivo uso de Zoom-out. La necesidad impuesta por el director de primar esa maravillosa fotografía, provoca el hastío ante tanto zoom alejándose de la escena. La repetición de este movimiento de cámara en un maestro como Kubrick es algo que no llego a entender. Y a pesar de que como he dicho su metraje se hace llevadero, “Barry Lyndon” hubiera ganado con una menor duración.
Pero a pesar de los escasos fallos, las aventuras de Barry Lyndon, son por méritos propios, una de las grandes cosas del cine… igual que esa vigorosa y sublime suite nº11 de Haendel que aún me pone la carne de gallina.
En esta ocasión, y alejándose de un cine cargado de simbolismos del que también hacía gala, nos muestra un apasionante y trágico análisis de una época histórica. La extensa duración del metraje que puede ser un importante hándicap, la controla de una manera excelente realizando un montaje en el que nada nos es prescindible.
“Barry Lyndon” es un cuadro. Posee una fotografía impresionante y muchas escenas, como el duelo final, que están rodadas con un cuidado técnico primoroso rozando
(o logrando) la perfección. Si a esto acompañamos una banda sonora que encaja como un guante y consigue tocar las fibras sensibles del espectador, el cuadro adquiere una belleza deslumbrante.
Pero “Barry Lyndon” posee algunos fallos, algunos serán atribuibles a la novela de William Thackeray: la voz en off llega a agotar, aunque no sería una reseña a resaltar si no cometiera el terrible error de adelantarse a los acontecimientos revelándonos importantes hechos a los que nuestros personajes se verán encaminados. Esto me provoca una especie de cabreo ya que me elimina la incertidumbre y la tensión de la historia.
El otro fallo, ya no atribuible a la novela, sería el excesivo uso de Zoom-out. La necesidad impuesta por el director de primar esa maravillosa fotografía, provoca el hastío ante tanto zoom alejándose de la escena. La repetición de este movimiento de cámara en un maestro como Kubrick es algo que no llego a entender. Y a pesar de que como he dicho su metraje se hace llevadero, “Barry Lyndon” hubiera ganado con una menor duración.
Pero a pesar de los escasos fallos, las aventuras de Barry Lyndon, son por méritos propios, una de las grandes cosas del cine… igual que esa vigorosa y sublime suite nº11 de Haendel que aún me pone la carne de gallina.
ilm realizado por Stanley Kubrick, en el que interviene como productor, guionista y director. Se rueda íntegramente en exteriores y escenarios reales de Irlanda, Inglaterra, Escocia y Alemania, durante 8 meses y medio, con un reparto de 170 personas y una inversión de 11 M dólares. Es nominado a 7 Oscar y gana 4 (dir. artística, fotografía, vestuario y banda sonora). Se estrena el 18-XII-1975 (RU y EEUU).
La acción principal tiene lugar en Irlanda, Prusia, Escocia e Inglaterra entre 1740 y 1789. Redmond Barry (Ryan O'Neal) es un joven irlandés que se ve obligado a abandonar el hogar a causa de un duelo. Emprende una vida de aventuras y ascenso social. Al contraer matrimonio con una aristócrata inglesa viuda, adopta el apellido de casada de ésta y pasa a llamarse Barry Lyndon.
El film suma los géneros de drama, romance y guerra. Con su pasión por el detalle y el perfeccionismo, Kubrick recrea la Europa del XVIIII, aburrida, estática, clasista y empobrecida por las guerras. Es la Europa del Viejo Régimen, que se aproxima a la Revolución Francesa, que estalla (1789) poco después de la última escena del film. En este marco se sitúa el protagonista, un personaje arribista, sin principios y sin escrúpulos, que no conoce la lealtad y no busca el amor, sino el interés económico y la posición social. De conducta disoluta y amoral, conecta con otros héroes de Kubrick.
El realizador cuida con atención el estilo visual y sonoro del film, en busca de la perfección de las formas. Crea imágenes inspiradas en telas de la época, de Watteau, Gainsborough, Hogarth, Reynolds, Charlin, Stubbs y otros. Trabaja con rigor el vestuario y la reconstrucción de batallas. Se sirve de escenarios reales que corresponden a los lugares y al tiempo de la acción. Selecciona composiciones de música barroca, clásica y tradicional irlandesa, para la creación de una banda sonora sugerente y de gran belleza. Ordena la orquestación de las mismas para obtener efectos de grandeza y solemnidad. En aras del realismo hace uso de iluminaciones nocturnas con luz de velas, como las de la época. El experimento es innovador: se emplea por primera vez en cine. La narración está salpicada de lances de humor agridulce. Se sirve de un narrador, que introduce y explica la acción. En la versión doblada al español, la voz en off es la de José Luis López Vázquez.
La música, adaptada y dirigida por Leonard Rosenman, ofrece composiciones de Bach, Vivaldi, Schubert, Paisiello ("El barbero de Sevilla") y Mozart. El tema de amor está tomado de una melodía tradicional irlandesa y el tema central, de una sarabanda de Haendel, que evoca la fatalidad y el destino. La fotografía, de John Alcott ("La naranaja mecánica"), se sirve de la cámara subjetiva, "zooms" de alejamiento que amplían el campo de visión, encuadres de detalle y un cromatismo vibrante. Se apoya en una buena coreografía y en la singularidd de las localizaciones. Película de gran interés.
La acción principal tiene lugar en Irlanda, Prusia, Escocia e Inglaterra entre 1740 y 1789. Redmond Barry (Ryan O'Neal) es un joven irlandés que se ve obligado a abandonar el hogar a causa de un duelo. Emprende una vida de aventuras y ascenso social. Al contraer matrimonio con una aristócrata inglesa viuda, adopta el apellido de casada de ésta y pasa a llamarse Barry Lyndon.
El film suma los géneros de drama, romance y guerra. Con su pasión por el detalle y el perfeccionismo, Kubrick recrea la Europa del XVIIII, aburrida, estática, clasista y empobrecida por las guerras. Es la Europa del Viejo Régimen, que se aproxima a la Revolución Francesa, que estalla (1789) poco después de la última escena del film. En este marco se sitúa el protagonista, un personaje arribista, sin principios y sin escrúpulos, que no conoce la lealtad y no busca el amor, sino el interés económico y la posición social. De conducta disoluta y amoral, conecta con otros héroes de Kubrick.
El realizador cuida con atención el estilo visual y sonoro del film, en busca de la perfección de las formas. Crea imágenes inspiradas en telas de la época, de Watteau, Gainsborough, Hogarth, Reynolds, Charlin, Stubbs y otros. Trabaja con rigor el vestuario y la reconstrucción de batallas. Se sirve de escenarios reales que corresponden a los lugares y al tiempo de la acción. Selecciona composiciones de música barroca, clásica y tradicional irlandesa, para la creación de una banda sonora sugerente y de gran belleza. Ordena la orquestación de las mismas para obtener efectos de grandeza y solemnidad. En aras del realismo hace uso de iluminaciones nocturnas con luz de velas, como las de la época. El experimento es innovador: se emplea por primera vez en cine. La narración está salpicada de lances de humor agridulce. Se sirve de un narrador, que introduce y explica la acción. En la versión doblada al español, la voz en off es la de José Luis López Vázquez.
La música, adaptada y dirigida por Leonard Rosenman, ofrece composiciones de Bach, Vivaldi, Schubert, Paisiello ("El barbero de Sevilla") y Mozart. El tema de amor está tomado de una melodía tradicional irlandesa y el tema central, de una sarabanda de Haendel, que evoca la fatalidad y el destino. La fotografía, de John Alcott ("La naranaja mecánica"), se sirve de la cámara subjetiva, "zooms" de alejamiento que amplían el campo de visión, encuadres de detalle y un cromatismo vibrante. Se apoya en una buena coreografía y en la singularidd de las localizaciones. Película de gran interés.
Sencillamente, otra obra maestra de Kubrick. Por desgracia, la última que me quedaba por ver de este monstruo del séptimo arte. Una obra que constata su madurez creativa y que evidencia, al mismo tiempo, que cada vez que Stanley se dejaba la piel tras las cámaras, el resultado no podía ser otro: una nueva obra maestra. Sin paliativos. Lo podría decir más alto, pero no más claro.
Me gustaría hacer hincapié en ese obsesivo perfeccionismo de Stanley porque, al margen de constituir la piedra angular de su cine, corrobora una verdad como un templo: el talento sin trabajo y esfuerzo no sirve para nada. Porque sí, de acuerdo, Stanley era un genio. Pero pocos se lo han currado como él.
Y si “Barry Lyndon” es un impecable fresco de la Europa de la segunda mitad del s. XVIII es porque, entre otras cosas, Kubrick se preocupó de agenciarse con unos objetivos especiales Zeiss (diseñados para la NASA) para poder rodar a la luz de las velas o de contratar a 65 sastres durante más de seis meses para confeccionar el vestuario de época según modelos originales. A eso lo llamo yo currárselo. Lo demás son tonterías.
Pero más allá de ese exquisito esteticismo (muchos planos parecen verdaderos lienzos de Gainsborough o Watteau), lo que más me fascina de “Barry Lyndon” es el preciso equilibrio que Kubrick consigue establecer entre el protagonista principal (Redmond Barry) y su entorno. Un enfoque que, lejos de ser frío y distante por esa inequívoca escasez de afección o sentimentalismo, no hace más que describirnos sobria y ponderadamente esa constante lucha por superar las adversidades con las que se irá encontrando Redmond Barry a lo largo de su periplo vital por la Europa del Antiguo Régimen. Un periplo narrado como le gustaba a Stanley: sin prisa pero sin pausa. Tomándose su tiempo. Consiguiendo que el tránsito vital entre el Barry triunfador, libertino y jugador, y el Barry perdedor, mutilado y abandonado a su suerte, vaya calando en el espectador con la misma intensidad emocional y dramática con la que esa omnipresente zarabanda de Haëndel nos penetra hasta el tuétano.
Un auténtico festín, en suma, para el sentido y la sensibilidad de cualquier cinéfilo que se precie. No diré que es la que más me ha gustado de Kubrick porque cuando un cineasta atesora en su filmografía peliculones como “Senderos de gloria”, “2001, una odisea en el espacio” o “La naranja mecánica” cuesta un huevo decidirse por una de ellas, pero bueno, de lo que sí estoy completamente seguro es que “Barry Lyndon” es another Kubrick masterpiece.
Me gustaría hacer hincapié en ese obsesivo perfeccionismo de Stanley porque, al margen de constituir la piedra angular de su cine, corrobora una verdad como un templo: el talento sin trabajo y esfuerzo no sirve para nada. Porque sí, de acuerdo, Stanley era un genio. Pero pocos se lo han currado como él.
Y si “Barry Lyndon” es un impecable fresco de la Europa de la segunda mitad del s. XVIII es porque, entre otras cosas, Kubrick se preocupó de agenciarse con unos objetivos especiales Zeiss (diseñados para la NASA) para poder rodar a la luz de las velas o de contratar a 65 sastres durante más de seis meses para confeccionar el vestuario de época según modelos originales. A eso lo llamo yo currárselo. Lo demás son tonterías.
Pero más allá de ese exquisito esteticismo (muchos planos parecen verdaderos lienzos de Gainsborough o Watteau), lo que más me fascina de “Barry Lyndon” es el preciso equilibrio que Kubrick consigue establecer entre el protagonista principal (Redmond Barry) y su entorno. Un enfoque que, lejos de ser frío y distante por esa inequívoca escasez de afección o sentimentalismo, no hace más que describirnos sobria y ponderadamente esa constante lucha por superar las adversidades con las que se irá encontrando Redmond Barry a lo largo de su periplo vital por la Europa del Antiguo Régimen. Un periplo narrado como le gustaba a Stanley: sin prisa pero sin pausa. Tomándose su tiempo. Consiguiendo que el tránsito vital entre el Barry triunfador, libertino y jugador, y el Barry perdedor, mutilado y abandonado a su suerte, vaya calando en el espectador con la misma intensidad emocional y dramática con la que esa omnipresente zarabanda de Haëndel nos penetra hasta el tuétano.
Un auténtico festín, en suma, para el sentido y la sensibilidad de cualquier cinéfilo que se precie. No diré que es la que más me ha gustado de Kubrick porque cuando un cineasta atesora en su filmografía peliculones como “Senderos de gloria”, “2001, una odisea en el espacio” o “La naranja mecánica” cuesta un huevo decidirse por una de ellas, pero bueno, de lo que sí estoy completamente seguro es que “Barry Lyndon” es another Kubrick masterpiece.
El obsesivo afán por la perfección de kubrick pudo seguramente ser saciado con esta gran obra. Tres horas visualmente perfectas, que sorprendentemente ilumina íntegramente con luz natural. Cada plano es un cuadro perfectamente compuesto, una historia que capta desde un principio, banda sonora impecable. Lo que consigue kubrick en este film (y en otros tantos) es CINE usando imágenes para hablarnos y no con palabras. Ni un solo detalle tiene desperdicio.
La Guerra de los Siete Años (1756-1763) fue unos de los acontecimientos que marcó el final de la Edad Moderna y la transición hacia el mundo contemporáneo. El ascenso de Gran Bretaña y Prusia en el siglo XVIII tenían unos objetivos claros: el control de Europa Central y las rutas marítimas en el comerciales en el Atlántico, y el control de América del Norte.
Es esta situación histórica-fin del Antiguo Régimen y el intento de las nobleza de no zozobrar ante los cambios que producen los nuevos tiempos- es donde se desarrolla la historia de una arribista, un "hombre de mundo", y que recuerda a otras memorables novelas biográficas como Moll Flanders, Tom Jones o Tristram Shandy.
Esa nostalgia del Antiguo Régimen es lun acierto de esta Obra Maestra. Historia, Pintura, Literatura y Música se fusionan en un período crucial donde los cambios sociales, económicos y políticos serán la génesis de una nueva forma de interpretar el mundo.
Un aspecto importante del film es cómo Kubrick nos cuenta las andanzas de este espíritu romántico e idealista que pierde su inocencia a favor de un cinismo adulto con tal de llegar a medrar en un sociedad estamental cerrada a los no privilegiados.
El espectador se encuentra de esta forma imbuido en la intimidad de los personajes, con una visión pesimista y desencantada la condición humana y que es muy propia de Kubrick. Y esa manera de narrar nos cautiva, nos introduce en ese siglo, y a través de las magnífica iluminación reconocemos las pinturas de los artistas ingleses de aquella época: Reynolds, Gainsborough y Hogarth.
La reflexión más intensa que plantea esta película es cómo los acontecimientos históricos influyen en la vida de las personas, y cómo nosotros, como individuos formamos parte de esa Historia.
Es esta situación histórica-fin del Antiguo Régimen y el intento de las nobleza de no zozobrar ante los cambios que producen los nuevos tiempos- es donde se desarrolla la historia de una arribista, un "hombre de mundo", y que recuerda a otras memorables novelas biográficas como Moll Flanders, Tom Jones o Tristram Shandy.
Esa nostalgia del Antiguo Régimen es lun acierto de esta Obra Maestra. Historia, Pintura, Literatura y Música se fusionan en un período crucial donde los cambios sociales, económicos y políticos serán la génesis de una nueva forma de interpretar el mundo.
Un aspecto importante del film es cómo Kubrick nos cuenta las andanzas de este espíritu romántico e idealista que pierde su inocencia a favor de un cinismo adulto con tal de llegar a medrar en un sociedad estamental cerrada a los no privilegiados.
El espectador se encuentra de esta forma imbuido en la intimidad de los personajes, con una visión pesimista y desencantada la condición humana y que es muy propia de Kubrick. Y esa manera de narrar nos cautiva, nos introduce en ese siglo, y a través de las magnífica iluminación reconocemos las pinturas de los artistas ingleses de aquella época: Reynolds, Gainsborough y Hogarth.
La reflexión más intensa que plantea esta película es cómo los acontecimientos históricos influyen en la vida de las personas, y cómo nosotros, como individuos formamos parte de esa Historia.
Ambición desmedida. Intento de llegar más allá que con sus aclamados trabajos anteriores.
Minucioso cuidado del detalle.
Brillante fotografía, lienzo impresionista.
Excelente vestuario.
Rodada en su totalidad en escenarios de la época.
Obsesión por encontrar el encuadre perfecto.
Impresionantes recursos técnicos. Primera vez que se filma enteramente con luz natural, escenas nocturnas incluidas.
Acertada elección de la música de la época.
Guión interesante. Una vida digna de ser escrita.
Y sin embargo falta un ingrediente primordial. La capacidad de conectar con el espectador. Cuando la receta perfecta estaba lista para servir, se olvidó echar la sal.
Minucioso cuidado del detalle.
Brillante fotografía, lienzo impresionista.
Excelente vestuario.
Rodada en su totalidad en escenarios de la época.
Obsesión por encontrar el encuadre perfecto.
Impresionantes recursos técnicos. Primera vez que se filma enteramente con luz natural, escenas nocturnas incluidas.
Acertada elección de la música de la época.
Guión interesante. Una vida digna de ser escrita.
Y sin embargo falta un ingrediente primordial. La capacidad de conectar con el espectador. Cuando la receta perfecta estaba lista para servir, se olvidó echar la sal.
La historia de un hombre, la historia de una época. Pues sí, ambición desmedida la de kubrick en este film epopeico. Tenemos la historia de un granuja, que no se casa con nadie, y va haciendose camino a golpes gracias a su astucia y a su afán por sobrevivir. Aveces triste, aveces epopeya, grandes planos, genial banda sonora emulando a la naranja mecánica, siento que kubrick es un maestro y la a vuelto a liar otra vez. No es su film más reconocido, pero para mí es el más rico en matices, la historia más profunda, puede que el no más efectivo, ni el más genial, la primera media hora de la chaqueta mecánica es insuperable, como la introducción de odisea en el espacio, o retazos fugaces de la naranja mecánica, la épica de espartaco... todos esos trocitos se encuentran en barry lyndon, porque barry lyndon es stanley kubrick.
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