domingo, 3 de abril de 2016

Madrid, 1987

2011 Director: David Trueba. Guión: David Trueba. Música: David Trueba, Irene Rodríguez Tremblay, Leonor Rodríguez. Reparto: Jose sacristán, María Valverde. Productora: Buenavida Producciones. Sinopsis: Miguel (José Sacristán), un veterano articulista, temido y respetado, y Ángela (María Valverde), una joven estudiante universitaria, se quedan encerrados en un baño, situación que da pie a un enfrentamiento generacional. Ella se encontró, en los ochenta, con una democracia ya consolidada, mientras que él forma parte de los privilegiados que lo habían conseguido todo.


Estamos ante el valiente relato de un pulso generacional narrado entre el presente y el pasado, que enfrenta lo viejo con lo nuevo, la vida que se va contra la que llega, y todo con el Madrid de los 80 actúando de presente. David Trueba ha dejado en un segundo plano la fotografía, la música e incluso la iluminación, para ponernos delante del espejo a dos voces en penumbras, marcadas por épocas diferentes y ahogadas en sus propios mares de sabiduría, curiosidad y deseo. Un deseo plasmado en la belleza de María Valverde, una actriz que aunque parecía encasillada en la moto de un cachitas demuestra que también vale para el cine más independiente y comprometido. Lo frágil y delicado de sus curvas se combinan con la firmeza de sus palabras, calladas tan solo por el discurso de su sabio compañero de diálogo. Y esta palabra que precede al punto debería ir escrita en mayúsculas, ya que es precisamente el diálogo lo que hace fuerte a esta historia.


La ilusión y la inocencia representada en Ángela (María Valverde) se funde con el cansancio, la ironía y la experiencia de Miguel (José Sacristán), un afamado periodista oxidado del whiskey y los cigarrillos que han acompañado a sus artículos durante el largo franquismo y la transición. Veterano como el papel que interpreta, Sacristán representa una forma de vivir haciendo un periodismo que hoy ya no existe, aquel de incansable lectura, lápiz y libreta. Aunque su vieja máquina de escribir ya no teclea al dictado de un caudillo bajito, las canas y la rutina le han convertido en un viejo erudito al que ya le pesan los años.

Bien por admiración u oportunismo, la joven Ángela acude a él en busca de los consejos que no recibe en la facultad, ingenua a la vez que intrigada por las verdaderas intenciones de su maestro. Pronto la desnudez de sus palabras cubren sus cuerpos y les encierra entre cuatro mugrientas paredes, despojándolos de la artificialidad del mundo exterior, al que solo se pueden asomar desde una pequeña ventana.


Ambos cuerpos se cruzan y pelean entre sí, a modo de un combate al desnudo sin vencedor ni vencido en el que solo importa la metáfora del mensaje, la lección que se esconde tras la retahíla hipnótica del bohemio escritor, que tanto desea a las carnes de su compañera de encierro como poseer su misma ilusión por la vida.

Palabras que bailan en torno al amor, la política, el sexo, la literatura, mezcladas con un brillante ejercicio de cámara a puerta cerrada, de planos íntimos y minimalistas que recorren cada rincón de tan pequeño escenario. Una puerta que tal vez represente esa brecha entre un pasado oscuro al que el presente no termina de perdonar, esas ganas de vivir y de romper la barreras que nos enfrentan y limitan a diario, sin importar la edad, la época o el lugar.
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