El último
ventenio del XIX significará una edad dorada de la fotografía en la aceptación
y popularización entre el público, que se contemplaba en retratos y, al mismo
tiempo, poseía imágenes de sus poblaciones -se construye una idea de la ciudad
a la medida de los gustos burgueses- y de otras ciudades españolas o
extranjeras, generándose una especie de conocimiento vicario del mundo(18).
Se
yuxtaponen y superponen nuevos procedimientos fotográficos: papel de albúmina,
papel leptográfico -los retratos al esmalte
o de porcelana-, papel de
celoidina, marfilotipos, cianotipos, ferrotipos, placas secas de
gelatino-bromuro, etc.(19), que eran incorporados por los profesionales en
función de sus apetencias personales o de la rápida o ralentizada evolución
técnica de cada estudio fotográfico.
Se
construyen cámaras con obturadores mecánicos capaces de conseguir exposiciones
de 1/1.000 de segundo, quedando arrinconada y periclitada la práctica de
retirar la tapa del objetivo y controlar manualmente -a ojo de buen cubero- las
exposiciones, pudiendo asimismo manejar los operadores las cámaras a pulso al
ser las exposiciones instantáneas, conduciendo todo ello a liberar de ataduras
y de corsés a la fotografía. Y en 1884 se fabrican los objetivos
anagtismáticos, que evitarán ciertas deformaciones de la imagen en las
esquinas, ofreciendo una imagen de gran nitidez.
Pero la
revolución llega en 1888 con el invento de la cámara Kodak: una pequeña cámara
-en puridad un cajón- provista de un objetivo capaz de fotografiar sin enfocar
previamente cualquier objeto situado a una distancia superior a tres metros. Al
accionar el resorte mecánico del obturador, la luz pasaba hasta impresionar una
pequeña parte de un rollo de papel -preparado químicamente en laboratorio- que
posibilitaba hasta cien exposiciones, y muy pronto se transformó en película
por el propio inventor Eastman, que la lanzó al mercado con el lema:
"Apriete usted el botón...nosotros hacemos el resto", pues se enviaba
la cámara -con el rollo dentro- a la fábrica Kodak, devolviéndola cargada de
nuevo con las correspondientes fotografías hechas antes. Las cámaras de
bolsillo de 9 x 12 cms. proliferaron a partir de entonces y favorecieron la aparición
del fotógrafo aficionado.
Los
aficionados provocarán un terremoto que agrietará la estructura de la
fotografía profesional, reconduciendo su carrera muchos de los operadores que
hasta entonces trabajaban plácidamente en sus estudios, derivando sus obras
hacia las revistas ilustradas, que se consolidan en los últimos diez años del
s. XIX merced a las revistas gráficas Blanco
y Negro, Nuevo Mundo y La Revista Moderna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario